La NASA enfrenta un nuevo capítulo de incertidumbre. A raíz de los recortes presupuestarios impulsados por el presidente Donald Trump, la histórica agencia espacial estadounidense deberá modificar radicalmente sus planes para regresar a la Luna. Según la solicitud presupuestaria para el año fiscal 2026, presentada el pasado 2 de mayo, la partida destinada a la NASA se reducirá de 24.800 millones a 18.800 millones de dólares: un recorte superior al 24% que ya tiene consecuencias visibles.
Entre los grandes damnificados figuran el cohete SLS, desarrollado por Boeing, y la cápsula Orión, de Lockheed Martin. Ambos eran piezas clave del Programa Artemis, que busca concretar el primer alunizaje tripulado del siglo XXI. Sin embargo, tras finalizar la misión Artemis III —prevista para 2027— dejarán de recibir fondos. Esto implica que el futuro del programa dependerá de “sistemas más rentables”, según indica el propio documento oficial.
Adiós a la cooperación internacional
Uno de los golpes más duros del recorte afecta a Gateway, el laboratorio espacial planificado en colaboración con agencias como la ESA (Europa), JAXA (Japón), CSA (Canadá) y los Emiratos Árabes Unidos. Sin el apoyo económico de Estados Unidos, este proyecto queda virtualmente cancelado, afectando las posibilidades de participación internacional en los próximos vuelos lunares. La visión de una carrera espacial cooperativa se diluye, reemplazada por una lógica de competencia geopolítica.
Trump, abiertamente crítico con los gastos asociados a proyectos colaborativos, ya dejó claro que su objetivo es ver a Estados Unidos en la Luna antes que China. La misión se vuelve así más nacionalista y menos científica. Una estrategia que remite a los tiempos de la Guerra Fría, pero con nuevos protagonistas.
Musk, el gran beneficiado
En este nuevo escenario, el mayor favorecido parece ser Elon Musk. Su compañía SpaceX, que desarrolla la nave Starship, emerge como principal candidata para reemplazar al SLS y la Orión. Además de contar con cohetes reutilizables que reducen drásticamente los costos, Musk mantiene una relación cercana con Trump. Un vínculo que ahora podría traducirse en contratos millonarios y protagonismo absoluto en los próximos pasos de la conquista espacial.
Mientras tanto, Boeing y Lockheed Martin —socios tradicionales del programa espacial estadounidense— pierden espacio ante la presión por reducir gastos. Y con ellas, también pierden peso las agencias internacionales, cuyos proyectos dependen en muchos casos de la infraestructura y financiamiento norteamericano.
Europa también sufre el impacto
Uno de los proyectos europeos más amenazados es el rover Rosalind Franklin, del programa ExoMars. Tras varios retrasos y la ruptura con Rusia, la misión estaba reprogramada para 2028 con el apoyo de la NASA. Sin embargo, la retirada de la colaboración estadounidense pone en duda el suministro de calefactores RHU de plutonio, vitales para el funcionamiento del vehículo en el gélido suelo marciano. La cancelación definitiva del proyecto aún no es oficial, pero cada vez parece más probable.
El foco se traslada a Marte
Paradójicamente, mientras se recortan fondos para la Luna, la administración Trump destina 1.000 millones de dólares adicionales a misiones con destino a Marte. Esta prioridad coincide con la obsesión pública del expresidente y con la visión empresarial de Elon Musk. Marte se convierte así en el nuevo símbolo de supremacía tecnológica. No se trata de explorar, sino de llegar primero. La carrera espacial vuelve a ser una competencia, no un proyecto común.
Y en esa carrera, solo hay lugar para algunos.
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