Aunque nació en Chicago EE.UU., fue en Perú donde forjó su vínculo más profundo. En Chiclayo lo recuerdan con botas embarradas, cantando villancicos, bendiciendo bebés y ayudando en zonas devastadas por inundaciones. Hoy, convertido en el papa León XIV, los habitantes del norte peruano lo reclaman como propio.
La ciudad costera de Chiclayo, con cerca de 800.000 habitantes, vivió una jornada especial tras la elección del nuevo líder de la Iglesia católica. No fue solo el anuncio del Vaticano lo que emocionó a la comunidad, sino el nombre que el nuevo papa mencionó desde el balcón de San Pedro: “mi querida diócesis de Chiclayo”.
La frase encendió el fervor popular. En la plaza principal se escuchaban aleluyas, se desplegaban pancartas con su rostro y en los restaurantes improvisaban rimas para celebrar al “papa chiclayano”.
De misionero extranjero a símbolo local
Robert Francis Prevost llegó al norte peruano en 1984, en plena violencia interna. Su presencia fue constante hasta fines de los noventa, y luego regresó como obispo en 2015. Para asumir ese rol, aceptó la ciudadanía peruana, un gesto que marcó su compromiso con el país.
Durante su obispado, mantuvo un perfil bajo, pero una presencia activa. En 2017, lo vieron metido en el barro, ayudando a familias afectadas por inundaciones. En los pueblos de sierra, viajaba durante horas para visitar comunidades olvidadas. Era, según quienes lo conocieron, un hombre del pueblo, con una sonrisa constante pero también firmeza cuando se trataba de defender los principios de la Iglesia.
Un legado cercano y tangible
Mariana Quiróz, vecina de Chiclayo, guarda una foto del entonces obispo bendiciendo a su prima. Dice que trabajó junto a él en los momentos más duros y lo recuerda siempre dispuesto, sin temor a ensuciarse los pies. “No era un hombre de escritorio”, afirma.
El sacerdote Elmer Uchofen recuerda largas charlas mientras viajaban juntos a zonas rurales. “Escuchaba mucho. Y a la gente la trataba con una cordialidad impresionante”, señala. Para él, el nuevo papa es una continuidad del estilo de Francisco: humilde, cercano y con sensibilidad social.
La fe convertida en profecía
En el centro de la ciudad, Juana Loren, voluntaria parroquial, muestra cartas y fotos junto al obispo. Relata cómo en su grupo de oración bromeaban: “O va a ser santo o va a ser papa”. La predicción, para ellas, ya se cumplió.
Hoy, Chiclayo no solo celebra la elección de un nuevo pontífice. Celebra que uno de los suyos —aunque nacido a miles de kilómetros— haya llegado a lo más alto de la Iglesia católica, llevando consigo la memoria de una ciudad que lo hizo suyo mucho antes que el mundo lo conociera.