El expresidente aprobó un plan militar contra Teherán pero prioriza una salida diplomática. Dudas, presiones de Israel y temor a una desestabilización regional y política.
Estados Unidos tiene listo un plan de ataque militar contra Irán, pero Donald Trump aún no dio la orden final. El expresidente, que buscará regresar a la Casa Blanca en noviembre, dijo que tomará una decisión “en dos semanas”, mientras explora una salida diplomática para frenar el programa nuclear iraní sin desatar una guerra regional que altere su principal objetivo geopolítico: confrontar a China.
La confirmación del plan bélico fue transmitida por su vocera, Karoline Leavitt, quien aseguró que Trump evalúa la posibilidad de negociar con Teherán en un encuentro exploratorio en Omán. Aún así, las fuerzas armadas estadounidenses ya tienen listos los blancos y los medios técnicos para una operación puntual y devastadora contra las instalaciones nucleares de Irán.
Israel aprieta el acelerador
En paralelo, Israel presiona para que Washington utilice su arsenal antibúnker contra sitios clave como la central de Fordo, donde Irán protege sus actividades de enriquecimiento de uranio. El primer ministro Benjamin Netanyahu considera que sin el poder de fuego norteamericano, cualquier intento unilateral solo lograría retrasar el avance iraní.
Pero en Washington crecen las dudas. El propio Trump, fiel a su retórica aislacionista, teme que un conflicto abierto en Medio Oriente derive en ataques contra socios estratégicos como Arabia Saudita, país que normalizó relaciones con Irán en 2023 con mediación de China, pero que sigue siendo un blanco potencial.
Los fantasmas del pasado
Los antecedentes pesan: Irak, Afganistán, Siria y Libia son ejemplos recientes de intervenciones militares fallidas que provocaron crisis humanitarias, desestabilización política y un alto costo económico para Estados Unidos. Trump teme repetir ese camino y, además, alejarse de su narrativa electoral, centrada en priorizar a Estados Unidos frente a aventuras externas.
“Este modelo está agotado. Trump quiere concentrarse en China, no en Irán”, aseguró Michael Hanna, del Crisis Group, en diálogo con TN. Pero la presión interna arrecia. En el entorno del republicano conviven los sectores halcones, que reclaman una ofensiva alineada con los intereses de Israel, y las palomas, que alertan sobre los riesgos de un nuevo pantano bélico.
Un crudo riesgo: el Estrecho de Ormuz
Teherán no se queda de brazos cruzados. Uno de sus principales puntos de disuasión es el Estrecho de Ormuz, la vía marítima por donde circula casi el 30% del petróleo mundial. Cualquier intento de bloquearlo provocaría un shock en los precios del crudo, que ya rozan los 80 dólares por barril, y podría elevarlos hasta niveles históricos.
“Si amenazan a nuestro pueblo, sufrirán una respuesta devastadora”, advirtió un miembro del Comité de Seguridad Nacional iraní. Una escalada en esa zona golpearía directamente a la economía global y pondría en crisis a los aliados petroleros de Estados Unidos: Arabia Saudita, Qatar, Kuwait y Emiratos Árabes Unidos.
Un dilema electoral y geopolítico
La decisión también tiene un impacto electoral. Trump se juega su regreso a la presidencia con un discurso de fuerza, pero una guerra innecesaria podría dinamitar su imagen como negociador pragmático, justo cuando intenta mostrar liderazgo frente al avance chino y al debilitamiento del orden global.
El diario The Washington Post resumió el dilema: “Una negociación exitosa con Irán mostraría a Trump como un estadista. Pero una operación militar podría fracturar su base de apoyo y complicar su agenda global”.
Mientras tanto, la Casa Blanca navega entre la amenaza y la diplomacia. La maquinaria militar ya está en marcha. Solo falta el último paso. Y esa decisión, como siempre, la tomará Trump.