Durante las últimas décadas, la esperanza de vida mundial ha aumentado de manera sostenida. Según datos del Banco Mundial, en 1960 la media global rondaba los 52 años; hoy supera los 72. Este salto demográfico ha transformado no solo la estructura poblacional, sino también las expectativas vitales, laborales y sociales de millones de personas. Vivimos más, y —cada vez más— vivimos mejor. Sin embargo, este avance choca aún con inercias culturales resistentes: el edadismo sigue presente en discursos, decisiones y estructuras, tanto públicas como privadas.
Guido Stein, profesor del IESE Business School y filósofo, lo plantea con claridad en un reciente artículo de El País: “Los Yold (mayores jóvenes, talento sénior, o los que tienen 60 años hoy que son los antiguos 40) han venido para quedarse. La nueva longevidad modificará la forma en que concebimos el empleo. Con una esperanza de vida extendida, trabajar más años es ya una necesidad humana, social y económica, que va a requerir abandonar unas cuantas políticas de gestión y otros tantos prejuicios”.
Y, sin embargo, persiste: según la OMS, una de cada dos personas mantiene actitudes edadistas. Esta mirada impone límites no solo a las personas mayores, sino también al progreso colectivo.
La evidencia comienza a erosionar esos mitos. Estudios como el de McKinsey (“Debunking age stereotypes in the workplace”) muestran que el 87% de los profesionales mayores de 45 años rinde igual o mejor que sus compañeros más jóvenes una vez contratados. Y el 90% demuestra mayor lealtad hacia sus empleadores. La supuesta brecha digital también se ha reducido: la pandemia empujó a muchas personas mayores a dominar herramientas tecnológicas, y lo hicieron con solvencia. No faltaba capacidad, sino contexto.
La revolución demográfica no admite ya respuestas simbólicas o compasivas. Se impone una transformación estructural. La economía necesita de sus cerebros séniors; la sociedad, de su legado. Como señala Stein, la nueva longevidad no es un reto, sino una oportunidad. Dejar de ver la edad como barrera es comenzar a verla como horizonte.